Los años noventa le hicieron mucho daño a la Medicina Estética. Se cometieron muchos errores. Fue la época dorada de grandes e insolentes pómulos, labios anatómicamente imposibles, cejas disparadas en constante interrogación y frentes planchadas anti-natura. En definitiva, rostros artificiosos de miradas extrañas y proporciones muñecoides.
Bocas como morcillas invadieron pasarelas y publicidades varias ante el estupor del público en general que no hizo otra cosa que imitar el horror. De esa época hemos heredado dos cosas: primero un montón de pacientes con caras de difícil manejo y peor solución y segundo la siguiente certeza: a materiales permanentes, problemas permanentes y a materiales temporales problemas temporales: se va el producto, se va el problema.
Otra cosa importante en esto de la temporalidad del producto de relleno es el hecho de que la cara no es igual toda la vida, es decir, no se puede poner un pómulo o una boca que va a durar para siempre si el propio rostro está en constante cambio. Lo que te queda bien hoy no necesariamente tiene que quedarte bien mañana o pasado. La anatomía no es estática, muy al contrario, es más bien dinámico-descendente.
Conclusión: todo lo que se infiltre en la cara o en el cuerpo (sin contar las prótesis, por supuesto) ha de ser:
1- Biodegradable: que el cuerpo sea capaz de metabolizarlo.
2- Absorbible: asumible por el sistema.
3- Temporal: si el material se metaboliza, se degrada, se absorbe y se elimina, entonces dura una cantidad determinada de tiempo o lo que es lo mismo, no es eterno.